Por qué fui a comprar el vestido de novia con mi novio (y no, no trae mala suerte)
Entiendo a las personas que quieren mantener el secretismo y darle una sorpresa a su pareja. Pero no deja de ser una tradición más. Que viene, como casi todas, de otros tiempos.


Hoy vamos a hablar de la prueba del vestido. Esa prueba que veo cada sábado por la mañana en algún canal de la TDT y que siempre termina con un ‘Sí, quiero’, alguna que otra lágrima de emoción y un brindis con champán. Esa prueba en la que el único chico al que ves es al diseñador o algún dependiente. A veces, con suerte, un amigo o un padre. Pero en esa prueba nunca ves al prometido. Este artículo es un extracto de ‘De Boda’, el boletín de ‘S Moda’ en primera persona sobre cómo se organiza un enlace. Si quieres recibirlo, puedes apuntarte gratis aquí.
“Sabes que no es lo habitual, ¿verdad?”—me dijo la dependienta que nos atendió en la tienda (una de las grandes). Habíamos subido por la escalera de caracol que llevaba a una segunda planta repleta de vestidos blancos. Era elegante, minimalista. Las paredes color nude tenían colgadas imágenes de novias históricas y en las vitrinas brillaba la pedrería de tiaras y gargantillas. Nos acomodamos. Ella y yo, sentadas una a cada lado del escritorio. Mi pareja, de pie a nuestro lado.
—¿Quién es? —me preguntó señalando con la cabeza a mi pareja. —El novio— dije sonriente. Y se hizo un breve e incómodo silencio—¿Lo va a pagar él?—preguntó.
Confieso que la situación me entristeció. Me sentí en un tiempo pasado. Décadas atrás en las que la única explicación para que un hombre fuera con su pareja a elegir el vestido de novia era porque iba a pagarlo. Hay que recordar que hasta 1975 (antes de ayer) las mujeres no tuvieron derecho a abrir una cuenta corriente sin permiso de su marido, padre o tutor.
Entiendo a las personas que quieren mantener el secretismo y darle una sorpresa a su pareja. Pero esto no deja de ser una tradición más. Que viene, como casi todas, de otros tiempos. Esta, concretamente, parece heredada de los matrimonios de conveniencia, en lo que las familias no querían que la pareja se conociera antes de la boda por temor a que se opusieran al enlace.
Leyendo sobre el tema, he caído en una conversación de Reddit en la que muchas novias argumentan por qué eligieron el vestido con su pareja. Los motivos se resumen en que:
- Su novio es también su mejor amigo y quieren compartir ese momento especial juntos. “Lo pasamos genial. Nos encantó poder experimentarlo juntos”.
- No es lo mismo en la tienda o en casa que el día de la boda: con el peinado, el maquillaje, el entorno... “Aunque había visto el vestido antes, fue como verlo por primera vez”.
- A veces es pura rebeldía y eso, confieso, me encanta: “Parte de mí simplemente quería romper con la tradición anticuada, mostrárselo y obtener su opinión”.
Hay una reflexión que me gusta mucho sobre este tema y es que ¡no eres una sorpresa! Además, la sorpresa real sería que salieras corriendo, que no te presentaras o que la novia apareciera de verde fosforito… ¿No?

Después de aquel comentario, la visita en la boutique de novias continuó y me probé cuatro vestidos. Algunos enormes, despampanantes, otros con escotes muy abiertos, con cola y sin ella. Hasta el vestido más sencillo tenía demasiadas capas de tela como para moverme con soltura. Preciosos, eso sí, para una sesión de fotografía editorial más que para un fiestón nupcial. Entendí entonces por qué se ha popularizado el uso de un segundo vestido que suele ser más corto y cómodo… Yo he decidido ponerme ese, el cómodo, el primero y único.
Para terminar esta carta, y como su opinión es importante para mí (y creo que interesante para ti). Me gustaría que leyeras también la experiencia de mi pareja:
La idea surgió un día con uno de esos programas sobre vestidos de novia de fondo. Nos lo pasamos muy bien juntos, así que pensamos que sería divertido pasar un día libre en mitad de la semana haciendo encargos de la boda. Y acompañar a Sara y verla con un montón de vestidos de novia me pareció un planazo.
El problema fue cuando, nada más llegar a la tienda, el protocolo nupcial me hizo ver que la idea resultaba mucho más descabellada de lo que pensábamos. Con cada pregunta de la dependienta, me sentía más fuera de lugar, como que ese no fuera mi sitio. Vengo porque me apetece. No hay que buscar un porqué. ¿Por qué no? Yo sabía que no era habitual, pero nunca pensé que lo fueran a cuestionar tan abiertamente. En cuanto nos centramos en nosotros, la verdad es que logramos pasarlo realmente bien. Nunca imaginé que ir a ver vestidos de novia juntos pudiera ser tan divertido.
Es más, Sara también me acompañó al sastre para ayudarme a elegir. Sabe muchísimo más que yo sobre moda y valoro mucho su opinión. Acabé probándome un color que nunca hubiera elegido y fue un acierto. Ojalá haya más días como ese.
Existen mil formas de romper la tradición de ver a la novia antes de la ceremonia. Una de ellas, que se popularizó hace algunos años es el First Look. La pareja se ‘descubre’ antes, en un entorno más privado. Suelen hacerlo las parejas que deciden entrar juntas al altar (rompiendo otra tradición: la entrada novio-madrina, novia-padrino) o quienes quieren reservar ese momento íntimo solo para ellos. También es una opción para las parejas más vergonzosas o para asegurarse unas fotos controladas en ese momento, ya que habrás podido elegir con los fotógrafos o videógrafos el lugar y la forma (de espaldas, con los ojos cerrados…).
Este artículo es un extracto de ‘De Boda’, el boletín de ‘S Moda’ en primera persona sobre cómo se organiza un enlace. Solo tienes que apuntarte aquí para recibirlo gratis.
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