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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Violencia política

Por suerte, la cultura de las armas es un nicho limitado entre los españoles, pero el comercio masivo de armas por la invasión de Ucrania puede traernos complicaciones en el futuro

Carteles, flores y velas, en el lugar del atentado contra Miguel Uribe, en Bogotá el domingo.
David Trueba

El atentado contra un candidato presidencial en Colombia vuelve a traernos a primera plana el cruce brutal de la violencia con la política. En aquellos lugares donde las armas forman parte de la cultura viril la política se escribe con sangre. En la última campaña norteamericana, bajo un clima de enfrentamiento insoportable, Trump sufrió un atentado con bala y otro lobo solitario fue desarmado tras descubrirlo parapetado en el club de golf que el presidente frecuenta. Un aspirante fue asesinado en Ecuador y anteriormente en Argentina, donde la atmósfera política es ejemplarmente tóxica, también se dio cuenta de un atentado fallido contra Cristina Kirchner. Sumado al reciente asesinato de dos altos cargos de la municipalidad de México, la sensación que nos queda es que allá donde armas y política se cruzan, el panorama es desolador.

Por suerte para nosotros, la cultura de las armas es un nicho limitado entre los españoles. Después de años de terrorismo nadie puede venir a convencernos de que existe alguna mejora en la protección civil que emane del uso extensivo de armas. Pese a que alguna candidatura política aboga por ello, la mayoría del país es bastante sensible a este asunto. Sin embargo hay que estar prevenidos porque el comercio masivo de armamento que ha significado el intento de invasión rusa de Ucrania va a traernos un futuro complicado. El circuito de reventa se extenderá por las bandas criminales europeas, un poco al modo de lo que sucedió tras la guerra en los Balcanes. Así que es preciso oponerse a esta escalada militar que nos está cegando en Europa. El precio de entregarnos sin reflexión a una existencia entre armas lo pagaríamos muy caro. No hay que olvidar que el clima político en España tiende al enfrentamiento radical. Los partidos azuzan sus perspectivas electorales con el aumento de decibelios y apenas queda espacio para el acuerdo y la labor conjunta. Todo es fuego de artificio en un empobrecimiento demencial de lo que escuchamos en las tribunas públicas, pero que se filtra a una sociedad donde el insulto y la descalificación han pasado a considerarse aceptables.

En las últimas semanas, ante la cascada de grabaciones ilegales y quiebras de la intimidad de las comunicaciones, volvemos a familiarizarnos con la cloaca política. Tampoco tiene que sorprendernos demasiado en un momento en que el móvil y las aplicaciones de mensajería se han convertido en un instrumento de espionaje y extorsión. En este momento, el poder está subdividido en gobiernos autónomos que responden al signo contrario al del Gobierno central y, por lo tanto, los contrapesos funcionan. La prensa, por más que cada uno lo vea del color que prefiera, también sigue ejerciendo de mecanismo de crítica. Y por lo tanto en lugar de enfrascarnos en la pantomima del enfrentamiento podríamos estar festejando el amplio grado de libertad de expresión. La tarea de las instituciones de control, por más que estén sometidas también a la hiperventilación partidista, sigue machaconamente sus rituales de investigación y juicio. Lo desesperante es percibir que en un tiempo de cierta satisfacción macroeconómica no hay voz para las reformas necesarias, para los problemas acuciantes como la marginación de los inmigrantes y la crisis de vivienda. Tarde tras tarde la misma retahíla de improperios y exageraciones. Ahora llega el verano y sabemos que la creación de microclimas domésticos soportables es una misión personal. También ante este fragor verborreico toca buscar el refugio apacible.

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