Los catamaranes F50 de SailGP se han puesto por las nubes
La competición de barcos voladores entra en una nueva dimensión económica y tecnológica


Las mismas leyes físicas —gracias, Bernoulli—, que permiten volar a un avión que pesa toneladas hacen que un barco, como un niño que empieza a andar, pueda levantarse sobre el mar y, aun sin alas, también volar. Las patas son los foils, y el ala es una vela rígida que transforma el viento en velocidad. Es un motor impulsado por la naturaleza, viento, sol, agua, dice su principal eslogan publicitario, el mismo que continúa definiendo la competición que los agrupa, la SailGP, como la Fórmula 1 del mar. Ninguna de las dos afirmaciones es falsa. Ni tampoco lo sería una tercera no explícita, latente: como en todos los deportes llegados al primer cuarto del siglo XXI, el culto a la tecnología lo engloba todo. El dinero que la alimenta aún no lo genera la propia competición, que está en la fase de crecimiento y de inversiones continuas por parte de sus propietarios para estar siempre a la última, siempre por las nubes.
Los marineros observan las nubes, interpretan sus movimientos, deducen cómo se comporta el viento, pero Larry Ellison, el inventor de la competición, y su oráculo, el mítico regatista Russell Coutts, que predice el futuro con sabiduría, tienen la cabeza en otra nube, la que su empresa informática, Oracle, utiliza para almacenar y procesar los cientos de miles de datos que llegan de los 12 barcos cada segundo, miles de millones a lo largo del año. “La data con la telemetría de los F50 es el nervio de la competición con la que alimentamos a los navegantes y a los entrenadores”, dice David Rey, el analista de datos de SailGP que sigue cada competición encerrado en una suerte de búnker con aire acondicionado, decenas de pantallas con todas las imágenes que generan las cámaras fijas instaladas en los veleros, los drones, las cámaras de los helicópteros y las que graban las regatas desde la orilla, y otras tantas pantallas de ordenador con los datos básicos, la velocidad del viento, la altura a la que navega cada barco sobre los foils, rondando el metro, el tiempo que transcurre foileando, la velocidad, el rumbo… “Trasladamos esos datos lo más rápido posible a un centro de datos utilizando FastConnect por 5G, que en 100 milisegundos, los devuelve sincronizados con la imagen de vídeos los s de la aplicación, los entrenadores y a las personas que están en el agua, para garantizar que tienen todo lo necesario para rendir al máximo”.
El sistema, que también permite controlar lo que ocurre en cada barco, asegurar que todos los es de control funcionen y modificarlos según lo que necesite cada equipo, es transparente y abierto, la base del aprendizaje compartido: cada equipo tiene a los datos de los otros 11 equipos. “Esto nos diferencia de la F1. Aquí todos aprenden tanto de sus errores como de los errores que han podido cometer los rivales, e introducir en sus rutinas lo bueno que hacen los demás”, continúa Rey, un francés que vive en Valencia. “Los entrenadores reciben la información en las cabinas en la orilla desde las que siguen la competición, igual que los ingenieros de los equipos de F1 durante un Gran Premio, y pueden comunicarse por radio con los tripulantes y entre regata y regata pueden darles comentarios precisos sobre cómo está configurado el barco, cómo están navegando o a qué altura están volando en comparación con los demás. Los entrenadores tienen cinco minutos para dar a los equipos entre regatas, por lo que deben ser precisos y saber exactamente qué decir”. Y también colgado de la nube está el de comisarios que arbitran cada carrera no in situ, sino a gran distancia, desde la central en Inglaterra de SailGP: las penalizaciones, como la lluvia, caen del cielo.
Los barcos –15 metros de eslora, un ala que puede llegar a medir 29 metros de altura—son fibra de carbono en el casco conformado aerodinámicamente y en el ala rellena de conexiones y chips, y titanio o fibra de carbono en los foils, el elemento que les permite generar su propio viento para alcanzar velocidades de hasta 100 kilómetros por hora o más, pues los T-foils estrenados esta temporada dan un 15% más de velocidad que los que en forma de L se usaban hasta el pasado año. “Los T-foils [con dos patas extendidas, como una T invertida] son más eficientes y más rápidos, alcanzamos más velocidad con vientos fuertes y a favor. No patinan de costado. Son más estables estando arriba, aunque le complican el trabajo a Joel, el controlador de vuelo”, explica Diego Botín, el piloto del F50 español. “Pero en Nueva York hemos vuelto todos a los Eles, que son menos eficientes y obligan a la tripulación a estar más centrada en la técnica. No los usábamos desde noviembre pasado. Y ya el año que viene tendremos los T-foils grandes, con más vuelo, más seguros, aunque dan problemas con poco viento. E incorporaremos nuestro propio RDS, similar a la Fórmula 1, un sistema de propulsión con el que los foils generan su propio viento aprovechando la energía de las olas”.
La mano, la decisión, la imaginación del equipo y su conocimiento manejan la tecnología y el dinero engrasa el funcionamiento de una competición cuyos promotores no dudan que sacará a la vela del nicho de los deportes muy minoritarios mediáticamente. Recuerdan que SailGP empezó con seis equipos hace cinco años y ya son 12 que disputarán 12 Grandes Premios en la temporada en todos los continentes salvo África y, sobre todo, que cada vez menos equipos siguen siendo propiedad de los organizadores, que han fijado un techo de 10 millones de dólares en gastos de funcionamiento por equipo, un tope que España ni alcanza. La mayoría ya son propiedad privada de grupos de inversores en los que empiezan a verse caras de famosos de Hollywood, y de futbolistas.
Los Gallos, nombre del equipo español, aún es propiedad de Coutts, su CEO, trabaja para reunir a un grupo de inversores o grandes empresas españolas que lo compren. “Somos ya un equipo , de más de 50 millones de dólares”, lamenta en cierta forma Alquézar mientras muestra los boxes en los que los equipos aparcan los barcos. Son dos naves comunes abiertas, transparentes, sin tabiques, que se transportan por barco o carretera (nunca por avión, la huella de carbono cuenta) junto a los barcos de gran premio en gran premio. No huele a gasolina. No es la F1, la dama número uno del secretismo. Las intrigas de los equipos para fichar a pilotos o especialistas de la competencia existen, pero son un juego de niño comparadas con la vida en los circuitos de velocidad. Todos ven lo que hacen todos. El único espacio privado son containers que sirven de oficinas y de lugar de reunión. Todos los barcos, propiedad de SailGP, son iguales. Las elecciones técnicas las hace la dirección de carrera, iguales para todos. La diferencia entre equipos la marca el factor humano, no el presupuesto. La calidad de tantos regatistas, muchos de ellos, como los españoles Diego Botín y Flo Trittel, campeones olímpicos de la 49er. Profesionales en una competición en la que el salario mínimo ronda los 50.000 euros anuales. “El haber ganado la competición la temporada pasada nos ha encarecido, y también la calidad y la juventud del equipo”.
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