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Eduardo Lago, escritor: “La literatura estadounidense está muerta; hay demasiado miedo a decir según qué cosas”

El narrador, que llegó por primera vez a Nueva York hace 40 años, publica ‘La estela de Selkirk’, novela en la que ha trabajado durante una década

Eduardo Lago, fotografiado la semana pasada en el hotel Marlton, en Nueva York.
Iker Seisdedos

“Esta semana me he jubilado, me he casado y he publicado un libro”, dice el escritor Eduardo Lago. El retiro fue de su trabajo como profesor de literatura española, latinoamericana y europea en el Sarah Lawrence College, donde empezó a dar clase en 1993. El matrimonio lo unió, en el Ayuntamiento de Nueva York, con Georgina, su pareja desde hace décadas. La novela se llama La estela de Selkirk (Galaxia Gutenberg), y ha tardado 10 años en escribirla porque se impuso una regla: “Como mi protagonista no existía, tenían que pasarme las cosas que le pasan a él para poder contarlas”, advierte.

Lago (Madrid, 1954) está sentado en el renovado bar del Marlton, un elegante hotel con ecos del Nueva York (y el Greenwich Village) bohemio. Podría ser el escenario de una de sus historias, si no fuera porque, en efecto, lo es. El protagonista de La estela de Selkirk, un escritor llamado Jimmy Zhivago, se hospeda en una de sus habitaciones cuando, tras convencer a unos editores de Manhattan de que le compren una novela que aún no ha empezado a escribir −porque lo que piensa relatar aún no ha terminado de pasar−, le detalla a una empleada de la editorial su plan de resolver por encargo el misterio de algo llamado “los papeles de Lexington”.

La historia de Zhivago arranca como arrancó en la vida real para Lago: con un número atrasado de The New Yorker hallado durante un viaje a Israel. El escritor y colaborador desde hace décadas de EL PAÍS estaba en Haifa, de acompañante de su pareja a un congreso científico, y en la revista, con la que se topó en un café, leyó un reportaje firmado por el novelista estadounidense Jonathan Franzen. En él, Franzen contaba su peregrinaje a la isla de Alejandro Selkirk, llamada así por un náufrago escocés que quedó varado en ella cuatro años y cuya historia inspiró a Daniel Defoe su Robinson Crusoe. El autor de Libertad fue a ese confín del mundo para esparcir parte de las cenizas de su amigo del alma, el también escritor David Foster Wallace, que se ahorcó en 2008. De aquel viaje salió el artículo, que luego le sirvió para titular su volumen de ensayos Más afuera.

Más afuera es también el nombre que tuvo la isla hasta los años 60, cuando una poeta uruguaya llamada Blanca Luz Brum convenció al presidente de Chile de que rebautizarla como Alejandro Selkirk atraería más turismo. La operación se completó con el cambio de nombre de Más a Tierra, otra isla del archipiélago, más cercana a la costa de Chile. Pasó a llamarse Robinson Crusoe, pero “no sirvió de nada”, dice Lago. “El turismo no aumentó, porque es dificilísimo llegar a ellas”.

El novelista español decidió viajar en 2014 al remoto archipiélago. Primero hay que llegar a Valparaíso, coger una avioneta a Más a Tierra y esperar a que una lancha lo lleve a uno en una travesía de 16 horas a la segunda isla. Lago logró el compromiso del mismo tipo que llevó a Franzen, pero este no cumplió su palabra. Como el protagonista de su novela, se quedó durante semanas esperando su oportunidad de salir hacia un territorio habitado por científicos y, solo durante unos meses al año, por los pescadores de langostas. Finalmente, tuvo que desistir, y regresó al año siguiente. Entonces sí pudo culminar su misión.

“Me pasaron cosas tan increíbles en esos dos viajes, que decidí que iba a escribir una novela que no me pudiera inventar”, recuerda Lago. También se impuso seguir la estela de Selkirk; es decir, cumplir con una “hoja de ruta” que se marcó y que incluye Lisboa, tres meses en Berlín durante los que no le sucedía nada (“¡y no me lo podía inventar!”), la isla griega de Hidra, la costa báltica y la Selva Negra, para después disfrazar de ficción sus propias vivencias.

Dando por buena, en definitiva, su condición de escritor que vive la vida como si fuera el personaje de una novela. Sus editores en EL PAÍS, como fue durante años el caso de este corresponsal, saben que una llamada a Lago puede sorprenderlo en cualquier lado, del archipiélago Juan Fernández a Ronda, donde en ocasiones se ha retirado en el hotel de Rilke para trabajar, y que una de esas llamadas (por ejemplo, para darle la noticia de la muerte de Foster Wallace, y pedirle que escriba) puede perfectamente acabar formando parte de una de sus novelas —pongamos, la segunda, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (Malpaso, 2013)—.

Vista de la isla chilena Robinson Crusoe (Más a Tierra).

Otro atributo que lo distingue es su condición de autor tardío, y tal vez por eso, poco ansioso. Lago se estrenó en la novela cumplidos los 50 años con Llámame Brooklyn, premio Nadal en 2006. Antes de eso, vivió en Madrid, donde trabajó durante un curso en un instituto, viajó mucho, tradujo El plantador de tabaco, del escritor posmoderno John Barth, puso por primera vez un pie en Nueva York en 1985, hace ya 40 años, dio clases en un instituto conflictivo de Brooklyn y escribió una tesis sobre Agudeza y arte de ingenio, de Baltasar Gracián, “el libro más complejo”, dice, “de la literatura española”.

Escribir, publicar

“Si no hubiese sido por esta ciudad, tal vez no me habría convertido en escritor”, añade. “Al llegar, me trastornó, y no podía parar de escribir, que, para mí, no es lo mismo que publicar: tengo 500 cuadernos y solo uno ha visto la luz, Cuaderno de México". Publicado originalmente en 2000, aquella fue su salida del armario, que hace cuatro años rescató la editorial Firmamento.

En 1993, y tras la dimisión en el último minuto de una profesora, obtuvo un puesto en la universidad Sarah Lawrence. Y entre 2006 y 2011 fue director del Cervantes de Nueva York. Nunca dejó de ser escritor de periódicos; primero, en Diario 16, y desde principios de los noventa, en EL PAÍS, donde ha ejercido de médium de la literatura estadounidense para varias generaciones de sus lectores.

En estas páginas ha entrevistado a casi todos los grandes nombres de las letras norteamericanas del último medio siglo: “Esas conversaciones me han hecho como escritor”, advierte. Fruto de esa indagación sostenida, surgió Walt Whitman ya no vive aquí. Ensayos sobre literatura norteamericana (Sexto Piso). ¿Y ahora, desaparecidos Bellow, Toni Morrison, Updike, Mailer o Roth, qué queda? “Ahora la literatura americana está muerta. Yo no veo a nadie de esa talla, en parte, porque hay demasiado miedo de decir las cosas. Hay un control terrible sobre el discurso, especialmente desde el regreso de Donald Trump”.

A la pregunta de cómo cree que afectarán la agenda vengativa de Trump y el acoso de la Casa Blanca a las instituciones académicas de élite a la libertad de expresión en Estados Unidos, el escritor respondió: “Es un ataque frontal que no está justificado, algunas han claudicado, como Columbia, pero Harvard no. Es un momento muy difícil, pero creo en la solidez de las instituciones democráticas, el estado de Derecho acabará prevaleciendo”.

Lago, en el hotel Marlton, la semana pasada.

Lago se puso con La estela de Selkirk tras publicar su segunda novela. En este tiempo, ha mantenido también su vínculo con Los caballeros de la Orden del Finnegans, una agrupación de escritores y editores en español que incluye a Enrique Vila-Matas, Malcolm Otero Barral o Antonio Soler, a los que les une su pasión por James Joyce y el compromiso difuso de viajar cada 16 de junio a Dublín a celebrar Bloomsday. Tal vez por eso, o porque Lago es autor de la guía de lectura del Ulises Todos somos Leopold Bloom (2022), en su página de Wikipedia alguien puso que nació ese día y no, como es el caso, el 31 de enero. Mientras escribía La estela de Selkirk, también pasó por la crisis creativa que le provocaron dos muertes cercanas, y que, como le sucede a Zhivago, el protagonista de la novela, parecieron dar al traste con su empresa literaria. Como Zhivago, Lago se sobrepuso a ellas y continuó persiguiendo su estela.

“Recibí cumplida información de sus incursiones en Selkirk, esa isla por la que circula el fantasma chileno de Crusoe”, cuenta en un correo electrónico su amigo el escritor Enrique Vila-Matas. “Leí todo lo que Lago me contaba de sus idas y venidas a ese lugar al que tenía que viajar para poder escribir. Y recuerdo que, al hacerlo, siempre me sorprendía su audacia: coincidimos los dos en lo que decía Foster Wallace en una entrevista en la que arremetía con desdén con los escritores que están pendientes de gustar a los lectores y a la legión de los críticos tarugos: ‘Es una abdicación, una claudicación’. Wallace hablaba del efecto de odio que se produce contra el lector cuando estás tan pendiente de él. Y de cómo la dependencia erosiona la libertad creativa. [Lago] Es fiel a su proyecto en cada línea. Siempre lo he ido leyendo con asombro. Por eso a veces es para mí el rey de las dudas, un pariente literario del malogrado [escritor argentino] Sergio Chejfec”.

La estela de Selkirk también supone la primera vez en la que el escritor repite editorial: Galaxia Gutenberg, donde ya publicó su guía sobre Joyce. “De él me interesa que es alguien que conoce la literatura contemporánea muy a fondo, y eso no es tan fácil de encontrar”, aclara Joan Tarrida, editor de Galaxia. “También pertenece al club de los escritores que aspiran a codearse con la gran literatura. No me interesan los autores cuyos libros no exigen nada del lector. Para eso ya está la inteligencia artificial”.

Con la nueva novela bajo el brazo, Lago aterriza este viernes en España con la excusa de la Feria del Libro de Madrid. Tiene varios actos, como una charla sobre Paul Auster o el que inaugura la feria, un conversatorio sobre la pujanza del español en Estados Unidos, también amenazada por Trump. Aunque, advierte el novelista, “su fuerza” sea “imparable”. “Ninguna imposición externa detendrá su marcha inexorable. En cuestión de décadas será el país con el mayor número de hispanohablantes a escala global, el nuevo centro de gravedad de la lengua”.

También celebrará Bloomsday en la Cuesta de Moyano. Y le tocará poner al día a los amigos. Son muchas las novedades: una jubilación, una nueva novela, y un matrimonio en una misma semana.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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